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Cuenta una fábula que los animales de un bosque habían perdido a su rey, por lo que se reunieron para elegir a un nuevo animal que los dirigiera. Hubo diversas sugerencias, pero finalmente el búho, por ser percibido por la mayoría como un animal sabio, recibió el voto de todos, excepto del zorro. El zorro había explicado que no era una buena idea poner al búho de rey, porque no veía bien a la luz del día; sin embargo, no solo su comentario fue ignorado, sino que el zorro mismo fue silenciado y marginado.
Encantados con su nuevo rey, todos los animales, excepto el zorro, fueron a visitar al búho para darle la noticia de que había sido elegido rey. El búho se puso contento y entonces le pidieron que, para iniciar su liderazgo, los guiara en una caminata. Y así fueron guiados por el búho, atravesando valles y montañas, hasta que llegaron a una carretera. Entones el búho se situó en el medio del asfalto, y les indicó a todos que lo siguieran. Los demás animales se quedaron un poco desencajados, pero continuaron dándole autoridad porque todos «sabían que el búho es un animal muy sabio». Así que decidieron seguirlo también por el medio de la carretera. De pronto, a toda velocidad se acercó un camión. Los atropelló. Murieron todos. Todos menos el zorro que, observando las desastrosas consecuencias a la distancia, repetía una y otra vez: «Les dije que el búho no veía bien a la luz del día, pero no me escucharon».
¿Cuáles son las voces a las que les concedes autoridad sobre tus decisiones?
¿Cuántas veces dejas de escuchar la clara Palabra de Dios para dejarte guiar por ciegos guías de ciegos? ¿Te resulta tan contracultural el evangelio, que te parece más cuerdo y sensato guiarte por tus propias conclusiones o por los razonamientos de alguien a quien admiras? Nos pasa a veces igual que al pueblo de Israel de antaño, que «no quisieron escuchar, sino que volvieron la espalda y se taparon los oídos para no oír; endurecieron su corazón como diamante, para no oír la Ley ni las palabras que Jehová enviaba» (Zac. 7: 11-12, RV95). Y eso tuvo consecuencias desastrosas.
«El que atiende a la palabra prospera» (Prov. 16: 20, NVI). Por eso, escuchémosla y obedezcámosla, aunque por ello nos marginen, silencien o ignoren. Esta es la única manera de construir sobre la Roca, que es Jesús. Él nos guiará por el buen camino, hacia el mejor destino, evitándonos terribles atropellos.
«Dichosos los que oyen la palabra de Dios y la guardan». Lucas.