Regresar

El Enemigo, Qué Gran Aliado

Play/Pause Stop
«El hierro se afila con el hierro, y el hombre en el trato con el hombre» (Proverbios 27: 17, NVI).

A menudo me sorprendo en conversaciones que acaban con declaraciones del tipo: «Es que tú eres muy de izquierdas», o «Tú eres muy de derechas». Como si la ideología política fuera un escudo para detener lanzas arrojadizas mientras nos preparamos para lanzar las nuestras. Lo cierto es que este tipo de escudos no nos protegen, sino que nos aíslan. Nos dejan a merced de ese factor que aumenta en un 45% nuestro riesgo de morir prematuramente: la soledad. Ese es el resultado de una guerra fabricada que nos hace vernos unos a otros como enemigos cuando, en realidad, estamos íntimamente conectados por el simple hecho de ser humanos, hijos de Dios, hermanos.

Herir a otros, o sentirme herida por ellos, solo porque piensan diferente a mí, me deja en una situación insostenible de soledad y aislamiento. Y si bien busco estar a solas aislada para relacionarme con Dios, encontrarme a mí misma, pensar en la vida y madurar, no quiero buscar la soledad como mecanismo de defensa para no relacionarme con quien no piensa como yo y me saca de mi zona de confort. Aprender a convivir es una meta más elevada, más bíblica y más útil para llegar a ser la mejor yo que puedo ser.

Y la pregunta que viene ahora no es: ¿Cómo se aprende a convivir con el enemigo? La pregunta es: ¿¿Cómo hago para no tener enemigos? La doctora Brené Brown* hace una observación muy atinada: «Es difícil odiar a alguien de cerca; por lo tanto, acércate». Conociendo al otro de verdad, haciendo esfuerzos por desarrollar lazos de amistad, es como descubrimos que no es nuestro enemigo a quien temer o evitar. Es, sencillamente, otro ser humano, con sus circunstancias distintas a las nuestras. Si dejamos en casa el escudo y la lanza, tal vez podamos estrecharle la mano.

Si la manera en que nos expresamos nos aleja, seamos prudentes; si nuestra tendencia política nos hace incompatibles, seamos menos políticas y más espirituales; si la Iglesia a la que pertenece el otro mira por encima del hombro a la tuya, muéstrale tu fe por tus obras. ¿Qué sentido tiene crearnos enemigos mentales cuando, a la hora de la verdad, tal vez sea esa mujer radical, de otra religión y cargada de prejuicios, la que me ayude cuando me haga falta una mano amiga? Vista tan de cerca, me será imposible odiarla.

«Lo mejor de uno son los otros». Facundo Cabral.

* Braving the wilderness (Nueva York: Penguin House, 2017), cap. 4.

Matutina para Android