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Cuando mi hermana y yo éramos chicas, disfrutábamos mucho de jugar afuera, especialmente en la nieve. Marcábamos ángeles en la nieve y hacíamos guerra de bolas de nieve. Pero nuestra actividad invernal favorita era deslizarnos por las colinas resbaladizas. Michelle tenía una habilidad especial de la que le gustaba alardear de vez en cuando. Podía deslizarse por una colina nevada solamente usando su traje de nieve. La tela escurridiza se deslizaba con facilidad sobre la nieve endurecida y, como ella era pequeña y liviana, no necesitaba un trineo (deslizador) para abrirse paso. Con tres años y medio más que Michelle, yo no lograba bajar la colina de la misma forma. La nieve se rompía bajo mi peso, apenas me sentaba. Cada vez que trataba de deslizarme hacia adelante, la nieve se juntaba frente a mí y no me dejaba avanzar. Tenía que usar un trineo, que se extendía frente a mí, abriendo paso por la nieve y aplastándola por mí.
Creo que nunca escuché a un pastor comparar a Dios con un trineo, pero se me ocurre que así como los trineos abren paso para sus pilotos, Dios viajaba frente a los israelitas de Egipto a Canaán, les abría paso y solucionaba los asuntos que ellos no podían abordar. Con Dios al frente, nada podía detenerlos y, finalmente, llegaron a la tierra que habían soñado durante tanto tiempo.
En la vida, todos llegamos a cierto punto en el que ya no podemos avanzar solos. No importa cuánto nos esforcemos por estudiar, actuar de manera amistosa o hacer lo correcto en general, no podemos solos. Necesitamos que alguien vaya al frente y pelee por nosotros para abrirnos paso donde ya no podemos. Dios puede hacer eso por nosotros. Él abrió un camino para su pueblo hace miles de años, y puede abrir un camino para ti también.