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Como la mayoría de los estudiantes de secundaria, mi hermana Michelle participaba de programas deportivos durante el verano. Al final del programa, cada estudiante recibía un trofeo por asistir y divertirse. Michelle recibía el trofeo cada año, lo ponía en un estante en su habitación, y luego se olvidaba de él.
Avancemos al último año de la secundaria de Michelle. Luego de ocho años de practicar el oboe con diligencia, y de seis años de trabajo con el saxofón, Michelle recibió el premio John Philip Sousa y el premio Louis Armstrong Jazz. Estos trofeos representaban años de práctica personal y horas de enseña de ensamble.
Simbolizaban el esfuerzo que le había dedicado a la música y su habilidad de hacer que su talento brillara. Michelle recibió los trofeos y los puso en un estante en su habitación. ¿Piensas que se olvidó de ellos? No. Michelle atesoró esos trofeos porque había trabajado duro para obtenerlos.
Cuando trabajamos persistentemente en un objetivo, recibimos un premio real que demuestra el esfuerzo que hicimos. La Biblia dice: “El alma del perezoso desea, y nada alcanza” (Prov. 13:4). Deberíamos trabajar con ahínco por las cosas que necesitamos: “Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas” (Ecl. 9:10). Si cumplimos nuestras responsabilidades con el tiempo y el trabajo necesarios, Dios recompensará ricamente nuestros esfuerzos.