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Aprendí el abecedario como muchos otros niños en la década de 1990: con imanes en forma de letras. Estos imanes se adhieren a la puerta de la refrigeradora y tienen suficiente agarre como para reacomodarlas y formar palabras. Desafortunadamente, estos imanes de letras que yo usé no sostenían ni siquiera un papelito pequeño. Si mi mamá quería pegar algún dibujo o fotografía en la puerta de la refrigeradora, tenía que utilizar imanes más grandes y fuertes.
Cada imán tiene distinta fuerza; y lo mismo pasa con las amistades. Tenemos conocidos con quienes podemos hablar de tareas escolares y nada más. Tenemos amigos de corto plazo con quienes pasamos el tiempo en un campamento de verano, hasta que vuelva la realidad del otoño. Tenemos amigos de largo plazo que de repente se van o desaparecen cuando las situaciones y las personalidades cambian. Y tenemos también amigos para siempre, que siempre estarán, sin importar lo que pase, en los momentos felices y difíciles. Si por las circunstancias de la vida se van lejos físicamente, nos mantenemos unidos emocionalmente, no importa cuánto tiempo pase.
La fuerza de un imán depende de su atracción a la refrigeradora, y la confiabilidad de un amigo depende de su conexión con Dios. Un amigo verdaderamente conectado con Dios estará contigo cuando sientas que estás cayendo y te sostendrá cuando te sientas más débil y pesado. Pero, más importante aún, este amigo te mantendrá cerca de Dios mientras se aferra a él por sobre todo lo demás.
Los conocidos tienen su lugar en la vida, pero no hay ningún sustituto para los amigos magnéticos, fuertes, que se aferran a Dios. Ellos duran para siempre.