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EL MOSTRADOR DEL BAÑO

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El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente. Diré yo a Jehová: Esperanza mía, y castillo mío; mi Dios, en quien confiaré. Él te librará del lazo del cazador, de la peste destructora (Salmo 91:1-3).

Siempre visito la casa de los Gold sabiendo que me encontraré con más de un animal enfermo o accidentado durante mi estadía. Me preparo mentalmente varios días antes. Justo cuando pensaba que podía acomodarme al zoológico doméstico, conocí al gato Raymundo. Aparentemente, Raymundo sufría “angustia emocional” porque había vivido en varias casas. Yo también viví en varias casas, así que nosotros dos juntos éramos un desastre. Raymundo siseaba y gruñía constantemente. 

Probé con darle mi mirada de profesora más seria y de aclararme la garganta con severidad, pero solo funcionó las primeras veces. 

 

Finalmente, los Gold decidieron encerrar a Raymundo en el baño del pasillo. Yo apoyé esa decisión al cien por ciento… hasta que tuve que usar el baño. Dustin me instruyó que fuera muy cuidadosa al abrir la puerta, porque no podía permitir que el gato saliera del baño. Tomé muy en cuenta la advertencia, y me deslicé entre el marco y la puerta. Luego de lavarme los dientes, estaba lista para escapar. Raymundo aprovechó el momento para saltar entre la puerta y yo. Lo empujé suavemente con el pie, pero en un instante Raymundo se dio vuelta y me mostró los dientes, siseando y gruñendo con más fuerza que nunca. Retrocedí, pero Raymundo me siguió, gruñendo. Pronto me quedé sin dónde ir y me trepé al costado de la bañera. Raymundo se estiró para intentar rasguñarme los pies, muy enojado. 

Llamé a Dustin para que me rescatara, pero nadie vino. Miré ferozmente a Raymundo, y Raymundo me siseó. Pasaron varios minutos. No vino nadie. Finalmente, decidí hacerme cargo de la situación. Agarrándome del cabezal de la ducha con una mano y del espejo con la otra, me trepé sobre el inodoro hasta llegar arriba del mostrador del baño, que era suficientemente alto para evitar las garras del gato alterado. Entonces, parada sobre el mostrador, me estiré para sacudir con fuerza la manija de la puerta. Cuando pude abrir un poquito la puerta, Robín vio mi situación. Inmediatamente, agarró al gato para que yo pudiera escapar. 

 

Los mostradores de baño tienen suficiente altura para mantener la pasta dental y a las personas a salvo de la mayoría de las mascotas. Dios tiene otro lugar seguro en el que podemos escondernos de nuestros enemigos: sus brazos. No importa lo que enfrentemos, Dios nos puede mantener a salvo hasta que escapemos al cielo.

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