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Las farmacias venden horquillas invisibles (pasadores, pinzas) por muy poco dinero. Una cajita de 50 horquillas cuesta 2 dólares… el precio individual es casi insignificante. Cincuenta horquillas deberían durar bastante tiempo, pero pregúntale a una chica cuán a menudo compra una cajita. La mayoría compra al menos dos por año; no porque las horquillas se rompan, sino porque desaparecen a una velocidad sospechosa.
Las horquillas desaparecen de la faz del planeta, así como en bolsillos, carteras, billeteras, cajones, estantes, almohadones y fundas de almohada. Nadie puede controlar dónde están, pero a nadie le importa mucho… hasta que un mechón de cabello cae sobre los ojos de una desafortunada chica. Entonces, ella revisa cada bolsillo de los abrigos y de las mochilas que haya a la vista. Da vuelta cada cartera. Revuelve, revisa y busca hasta que encuentra una de las horquillas perdidas.
Jesús contó una parábola sobre un hombre que tenía cien ovejas. Noventa y nueve dormían tranquilas en el redil, pero faltaba una. En lugar de estar conforme con las noventa y nueve ovejas que todavía tenía, el hombre buscó en los campos y en los montes hasta que encontró el cordero perdido (Luc. 15).
No importa cuán perdidos nos sintamos o cuán lejos nos hayamos ido, Dios sigue buscándonos. Quiere traernos de nuevo a su hogar, y no estará satisfecho hasta que estemos en sus brazos. “Así les digo que hay alegría ante los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente” (Luc. 15:10). Como una chica buscando una horquilla o un hombre buscando una oveja, Dios está a la puerta y toca (Apoc. 3:20). Espera encontrarte y que estés dispuesto a volver a él.