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Las relaciones de larga distancia no son nada divertidas. Las llamadas telefónicas, el Skype, los mensajes de texto y las cartas ayudan, pero aun su sumatoria no es como estar con la persona a quien amamos. Cuando Dustin y yo nos comprometimos, todavía teníamos que estar alejados durante un año. Él estudiaba en Tennessee, y yo daba clases en Maine. Sus padres vivían en Florida, y mis padres vivían en Maryland. Casi nunca nos veíamos. Para alegrarme, Dustin me enviaba tarjetas. Una tarde, después de salir de clase, pasé por el correo para ver si había llegado algo para mí, ¡y descubrí que había una tarjeta de Dustin! La tomé y volví rápidamente a mi camioneta. Pasé junto a un trabajador anciano del correo, y noté que olía igual a como Dustin olía los sábados. Qué raro. Me subí a la camioneta y me di cuenta de que también olía como Dustin los sábados. Tardé algunos segundos en darme cuenta de que el aroma venía del sobre que tenía en la mano. ¡Dustin había enviado una tarjeta con un toque de su colonia!
Cuando huelo esa colonia, pienso en abrazos de sábado de mañana y caminatas de tardecita. Veo el traje gris de Dustin y su camisa azul de vestir, que es mi preferida. El aroma de esa colonia me transporta a la Southern Adventist University y me deja justo donde pertenezco: con Dustin. El olfato es uno de los activadores de recuerdos más poderosos: trae emociones que los otros sentidos no pueden evocar.
Dios tiene una fragancia que ama más de lo que yo amo el perfume de Dustin: nosotros. Pablo escribió: “Porque para Dios somos grato olor de Cristo en los que se salvan, y en los que se pierden” (2 Cor. 2:15). Le recordamos a Dios, a su Hijo y cuánto nos ama a nosotros y a él. Dios dio a su Hijo al mundo porque nos ama mucho (Juan 3:16), y nuestra fragancia le recuerda que el sacrificio valió la pena.