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Mi mamá y su amiga Karon caminaban en el charco de un obstáculo de agua en el campo de golf Pipestone Creek, charlando sobre las clases que estaban cursando en la secundaria y comiendo arándanos que habían recogido.
–¡Allí! ¡Veo una!
–¿Allá?
–Sí, ¿la alcanzas?
–¡La tengo! ¡Y es de marca!
–¡Yo también encontré una! Volvamos al colegio.
Como mi mamá y su amiga no tenían suficiente dinero para gastar en pelotas de golf de primera marca, pasaban un ratito de cada clase de Educación Física buscando en los charcos de los obstáculos de agua del campo de golf y alcanzando las pelotas que habían sido abandonadas por quienes no habían querido mojarse el calzado. Cada vez que iban, encontraban pelotas de golf costosas sin ningún defecto y las llevaban nuevamente al campo.
Muchas personas han sido abandonadas o rechazadas por estar “demasiado alejadas” como para valer la pena; pero nadie se ha alejado tanto como para no poder regresar a Dios. Muchas personas aceptarían a Dios en su corazón si otros testificaran, y Dios puede usar a esas personas para hacer grandes cosas. Jesús comparó esta situación con una cosecha, y dijo: “La mies a la verdad es mucha, más los obreros pocos; por tanto, rogad al Señor de la mies que envíe obreros a su mies” (Luc. 10:2). Una gran cosecha de trigo no sirve para nada si no hay un granjero que lo coseche y lo lleve al granero. Una colección enorme de pelotas de golf caras no sirve de nada si no hay alguien que las saque del agua y las deje nuevamente en el campo. Un gran grupo de personas casi listas para aceptar a Dios no sirve de nada si nadie les cuenta del sacrificio de Jesús por ellos. No nos debería molestar esforzarnos por alcanzar a los desechados por la sociedad para contarles del amor y la gracia salvadora de Dios. En cambio, debemos recordar que Dios tiene potenciales seguidores debajo de cada trampa y obstáculo… y, a veces, esos son los mejores lugares para revisar.