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La mayoría de las personas que sobreviven a grandes accidentes o cirugías alardean de la cantidad de puntos que recibieron a causa de su herida. Cuando sufrí de apendicitis en 2007, no recibí ni un punto en los 7 días que tuve que quedarme en el hospital. En cambio, el médico me colocó un tubo largo en la incisión y lo fue sacando unos centímetros cada día. Esto no solo permitió que los líquidos corporales drenaran por la abertura, sino que también ayudó a mi cuerpo a sanarse de manera natural, de adentro hacia afuera.
Sin embargo, en el pasado, las suturas médicas mantenían unidas las partes cuando ocurrían este tipo de catástrofes. Los médicos todavía hoy usan puntos para tratar muchas cortadas y heridas. Los puntos juntan la piel dañada para que sane más rápido; mantienen la piel en el lugar correcto hasta que pueda comenzar a unirse de nuevo.
Me asombra la manera en que los puntos pueden ayudar en la sanidad. La piel que estaba separada se vuelve a unir. Pero aún más increíble es la habilidad de Dios de unir corazones rotos. Cuando un desastre nos destroza la vida y nos deja heridos y sangrando, Dios toma la aguja y nos vuelve a coser. David, un hombre que experimentó mucho dolor, escribió: “Él sana a los quebrantados de corazón, y venda sus heridas” (Sal. 147:3). Los puntos de Dios nos mantienen unidos cuando comenzamos a sanar y volvernos completos nuevamente. No importa cuán dolidos nos sintamos, podemos tener la seguridad de que Dios tomará nuestra vida rota y la dejará como nueva.