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Hace 17 años, mi papá me enseñó un truco para entretenerme en los restaurantes. Tomó una pajilla (sorbete, popote) y arrugó el envoltorio hacia abajo hasta que parecía un acordeón cerrado. Dejó el envoltorio arrugado, apretado, sobre la mesa. Entonces, puso la pajilla dentro de su vaso de agua y tapó el extremo superior con el dedo pulgar. Levantó la pajilla y lo ubicó justo arriba del envoltorio. Cuidadosamente, quitó el pulgar del extremo de la pajilla para que las gotitas de agua cayeran sobre el envoltorio de papel. ¡El envoltorio se expandía y se retorcía como un gusano! Parecía cobrar vida ante mis ojos.
El agua puede animar un envoltorio de papel, pero el aliento de Dios le dio verdadera vida al barro en la primera semana de la creación. “Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente” (Gén. 2:7). Cuando Dios sopló sobre el polvo, el primer hombre vivió; y Dios nos sigue dando vida hoy.
A veces damos por sentada la vida, pero ¿qué sucedería si reconociéramos cada respiración como un regalo de Dios? ¿Viviríamos de modo diferente? Tomemos la decisión hoy de vivir de forma deliberada y de aprovechar cada momento que Dios nos ha dado.