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Nunca he amado apasionadamente la aritmética ni la matemática. En realidad, nunca me gustaron ni un poquito. La matemática me aburre tanto que prefiero jugar con la calculadora antes de resolver un problema. Las calculadoras proveen un montón de entretenimiento si uno se esfuerza un poquito. Una de mis actividades preferidas con la calculadora es ingresar al azar un número grande y presionar la tecla de la raíz cuadrada. Entonces, intento restar dígitos decimales hasta llegar a un número par. Pero la pantalla es todavía más divertida. Nunca invertí mucho dinero en calculadores, así que todas tienen un panel solar para cargar la pantalla. He pasado más tiempo del que quiero admitir cubriendo ese panel y descubriéndolo; cubriendo solo una parte… cubriendo una esquina… Veo cuánto puedo cubrir del panel sin que se apague la pantalla, y luego de un rato vuelvo al problema de matemática que tengo que resolver.
Así como la pantalla de la calculadora necesita del sol para funcionar de manera efectiva, necesitamos del Hijo de Dios para hacer nuestro mejor trabajo. Cuando Jesús brille en el corazón, todo lo confuso del mundo comenzará a encajar, y podremos resolver los problemas más difíciles que la vida nos arroje.