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Cada fin de semana hago una gran apuesta. Estaciono la camioneta, entro a la tienda de comestibles y, desde la entrada, evalúo filas y filas de carritos de compra aparentemente idénticos. Siempre agarro el que tengo más cerca y “cruzo los dedos”, pero nunca estoy segura de cómo será. Los carritos de compras tienen varios posibles inconvenientes difíciles de detectar. He elegido, sin saber, un carrito con el manubrio todo sucio y pegajoso, un carrito que hace tanto ruido que la gente piensa que viene un tren, y un carrito que hay que arrastrar porque las ruedas simplemente no giran. Pero el que me toca más a menudo es el carrito rebelde. Probablemente lo conoces. El carrito rebelde tiene una rueda delantera demasiado inestable y, si no lo controlas de cerca, gira sin aviso hacia otros compradores, estructuras cuidadosamente construidas con cajas de cereal o arreglos de frutas. El carrito rebelde no se puede maniobrar, y va adonde quiere… excepto adonde su conductor necesita.
El pobre Jonás se comportó de la misma manera. Dios lo eligió para que diera un mensaje en Nínive, y Jonás salió corriendo en dirección contraria. Huyó a Jope y navegó hacia Tarsis. Estaba dispuesto a ir a cualquier lugar, menos a su destino señalado. Si tan solo hubiera obedecido la dirección de Dios, Jonás se hubiera evitado una tormenta en el mar, la boca abierta de un monstruo marino y la ropa cubierta de vómito. Pero no, Jonás tenía sus propios planes e ignoró la dirección de Dios. Tuvo que aprender del modo más difícil.
¿Te ha señalado Dios una dirección en particular? ¿Has sentido sus indicaciones en tu vida? Cuando sientas que el Espíritu Santo te empuja en una dirección, sigue su guía antes de perder el control del carrito.