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A veces, me gusta imaginar cuán diferente sería mi vida si tuviera que pensar durante diez segundos antes de decir cualquier cosa. En cierto modo, me sentiría aliviada, porque tendría suficiente tiempo para pensar en respuestas. A mis amigos probablemente también les gustaría este cambio, porque diría menos necedades que se cruzan por mi mente, y más cosas que valgan la pena. Mis alumnos tendrían mucho menos entretenimiento en clase si yo pensara antes de hablar; pero imagina lo productivos que seríamos sin irnos por las ramas y sin todas las “notas al pie” que agrego en cada clase. ¡Esta regla de los diez segundos revolucionaría mi vida!
Puede que no tengamos diez segundos para pensar antes de cada palabra que decimos, pero a todos nos vendrían bien darnos por lo menos uno o dos. Nuestras palabras pueden viajar mucho más lejos de lo que imaginamos. Por ejemplo, en este momento estoy estirada en un sillón, a las 11:38 de la mañana, el 9 de julio de 2013, con una computadora portátil sobre mi regazo. Pero quizás estés leyendo estas palabras en un autobús en Dakota del Sur, o en una cama en Tennessee, o en la mesa de una cocina en Vermont. Cada comentario que escribimos en las redes sociales funciona de la misma manera; y hasta las palabras que decimos pueden esparcirse de boca en boca. Tenemos que ser cuidadosos.
Los patios de las cárceles tienen vallas con alambres de púas arriba, para desanimar a los prisioneros de intentar escaparse. El alambre de púas no puede detenerlos si ellos tienen pinzas para cortar alambres y un montón de tiempo, pero como regla general, evita que los prisioneros salten por sobre las vallas y salgan corriendo. Debemos cuidar nuestras palabras de la misma forma. En lugar de permitir que cualquier palabra criticona, quejumbrosa o chismosa salga de nuestra boca, debemos evaluarlas antes de permitir que salgan corriendo de nuestra boca, así como los prisioneros lo piensan dos veces antes de saltar entre los alambres de púas.