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A mi mamá le encanta que le peinen el cabello. Le gusta sentarse frente a alguien y sacudir la cabeza con entusiasmo hasta que agarran un cepillo y comienzan a peinarla. Para persuadirme a que la peinara cuando yo era pequeña, mamá aceptaba leerme historias, pero solo mientras yo la peinara. Cuando el cepillo se detenía, la historia se detenía. ¡Pasábamos varias horas del día con el cepillo!
Sin embargo, yo hacía más que solo peinar el cabello de mi mamá durante esos ratos de historias. Como la futura estilista que pensaba que sería, tenía una botella con atomizador conmigo y empapaba el cabello de mamá con agua antes de comenzar la sesión de peinado. Desafortunadamente, para mi mamá, yo atomizaba más de lo que peinaba. Al final, estableció un promedio de 1:3 para disminuir el diluvio de agua que caía por su espalda.
Los atomizadores proveen un rocío suave; ese es su propósito. Si queremos empapar una planta, una cabeza o una ventana, es más fácil tirarles una jarra de agua. Pero si no queremos que la planta se muera, que la cabeza se resfríe o que la ventana chorree, usamos un atomizador (y un montón de autocontrol), para que prosperen.
Muchas veces, un poco es bastante. Así como un atomizador provee la cantidad justa de agua, debemos tener temperancia y límites razonables, aun para lo bueno. Salomón relacionó este concepto con la miel. Si comes un poco, sabe dulce. Si comes un montón, vomitas. Así, una charla corta con tus amigos te puede levantar el ánimo, mientras que charlar toda la noche te puede dejar cansado e irritable al día siguiente. Unas pocas horas de repasar tus apuntes te puede ayudar a sacar una buena calificación en el examen final, mientras que estudiar sin parar durante un fin de semana completo puede dejarte confundido y aturdido al enfrentarte a la primera pregunta. Las cosas buenas necesitan límites, así como yo aprendí cuánta agua atomizar y cuánto peinar a mi mamá. Cuando no estés seguro de cuánto es suficiente, pregúntale a Dios. Él tiene la ecuación perfecta para ti.