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Un centavo. Eso es lo que costaba el franqueo de la primera estampilla (sello postal) allá por 1840. La primera estampilla fue diseñada por Sir Rowland Hill. Presentaba un pequeño retrato de la reina Victoria, y valía lo suficiente para enviar una carta de 0.5 onzas (14 gramos) a cualquier lugar del Reino Unido.
Obviamente, hoy el franqueo de una carta cuesta más que un centavo. Cuando envié las tarjetas de invitación para nuestra boda, pagué un montón de dinero ¡solamente en estampillas! Aun así, el dinero que pagamos nos da un derecho increíble. Podemos enviar casi cualquier carta u objeto a dos cuadras de distancia o al otro lado del mundo.
Jesús pagó un precio por nosotros, y tiene el derecho a enviarnos donde necesite que vayamos. Sin embargo, Jesús no impone su voluntad sobre nadie. En cambio, pregunta: “¿A quién enviaré?” (Isa. 6:8). ¿A quién enviará a los huérfanos en la República Dominicana? ¿A quién enviará a las víctimas del huracán en Haití? ¿A quién enviará a ayudar al vecino que vive a tres casas de la tuya? Cuando Dios necesita enviar a alguien, espero que digas: “Heme aquí, envíame a mí” (Isa. 6:8).
La estampilla de Jesús nos puede enviar a tres casas o al otro lado del mundo, y finalmente nos enviará al cielo. Y mejor que la imagen de una reina, tendremos la imagen de nuestro Creador.