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Los caleidoscopios aparecen comúnmente como regalitos de cumpleaños, como premios en las aulas escolares y, también, en canastos de baratijas. Su estructura sencilla y los resultados visuales psicodélicos asombran a niños en todo el mundo. Para cuando llegamos a ser jóvenes, nos damos cuenta de que el pequeño tubo contiene varios espejos, y sentimos poco asombro cuando un escritorio se convierte en veinte escritorios, una pizarra se convierte en treinta pizarras o una profesora sonriente se convierte en cincuenta y siete profesoras enojadas. Pero a los más pequeños les encanta el misterio que conlleva y pueden seguir jugando con un caleidoscopio durante horas. No pueden creer lo que sus ojos ven.
Imagina cómo se habrá sentido la multitud cuando Jesús multiplicó los cinco panes y dos pescados y los convirtió en miles y miles. Sabemos que la multitud contaba con cinco mil hombres, sin contar a las mujeres y a los niños. Y aun después de que todos comieron hasta llenarse, quedaron doce canastos llenos de panes y pescado (Luc. 9:17). Pero Jesús no se asombró. No se sorprendió. Tenía fe en que su Padre lo ayudaría a proveer para las multitudes que habían venido a escuchar el evangelio. Pero los seres humanos no siempre logramos ver la situación en su perspectiva correcta. La multiplicación milagrosa nos asombra tanto como un caleidoscopio ante el ojo de un pequeño de 5 años.
¡Si tan solo recordáramos la habilidad de Dios de multiplicar los recursos disponibles y hacer que no falte para suplir nuestras necesidades! Nunca necesitaríamos temerle a nada. Jesús dijo: “Miren las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni juntan en graneros; y su Padre celestial las alimenta. ¿No valen ustedes mucho más que ellas?” (Mat. 6:26). Él puede tomar un dólar y pagar la cuota entera del año escolar. Él puede tomar cuatro años de estudios y convertirlos en una carrera profesional como escritor. Él puede tomar un jovencito y usarlo para alcanzar un millón de corazones. Dios puede hacerlo. Confía en él.