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Prendí la televisión en el canal animado de pecera y me quedé mirando las burbujas. La habitación estaba adornada con globos, osos de peluche y tarjetas, pero ya ni los veía. Intenté no mover la cabeza por miedo a vomitar a causa de la sonda, y me aferré más fuertemente a mi edredón. Quería que la vida volviera a la normalidad.
Una semana después de terminar el primer año de la secundaria, había rendido un examen muy importante. Pero durante todo el examen sentí náuseas y ganas de vomitar. Pensé que eran solo los nervios e intenté no darle importancia a la sensación. Me dediqué a contestar todas las preguntas. Pero los nervios no habían sido los causantes de mi estómago revuelto. Tenía apendicitis y mi apéndice se reventó antes de llegar al hospital, derramando toxinas en todo mi cuerpo.
–Olivia, adivina qué. ¡Hoy puedes comer!
Luego de una semana de no tomar agua ni comer nada, esto me llamó la atención, y levanté la mirada.
–Aquí te traigo el menú del comedor, y puedes elegir algo delicioso para comer.
Luego de elegir un puré de papas y de devolverle el menú a la enfermera, escuché el chirrido de ruedas por el pasillo. ¡El carrito de bandejas venía con mi comida! Por ridículo que suene, ¡ese puré de papas tenía el mejor sabor que jamás he probado!
Cuando las personas tienen lesiones o enfermedades que no les permiten obtener su propia comida, un carrito de bandejas puede traerles la nutrición que necesitan. Pero todos nosotros somos inválidos. Estamos enfermos a causa del pecado, y nuestro corazón hambriento anhela la salvación más de lo que yo anhelaba el puré de papas ese verano catastrófico. No podemos obtener la salvación por nuestra cuenta; pero así como un carrito de bandejas me trajo mi comida, Jesús nos trajo la salvación cuando vino a la Tierra y murió en la cruz. Simplemente, tenemos que creer en él. Pablo dijo: “Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo” (Rom. 10:9). No necesitamos trabajar para ganar o comprar nuestra salvación.
Jesús ya lo hizo, y trajo la salvación directamente a tu corazón. Creamos y aceptemos esa salvación hoy, y aceptemos el dulce sabor de la libertad en Jesús.