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Cuando era pequeña, todos los días miraba un programa llamado Mr. Rogers´ Neighborhood [El vecindario del Sr. Roger]. Me encantaban las canciones, y las charlas cotidianas se transformaban en melodías pegadizas que podía cantar en voz alta por toda la casa. Una de las mini-óperas, llamada “A Star for Kitty” [Una estrella para Kitty] me llamó la atención porque todas las estrellas tenían nombres y se cantaban unas a otras con cariño; pero este programa ilustraba a la luna de manera incorrecta. Media Luna y Otra Media Luna eran dos personajes diferentes. En realidad, solo hay una luna, y está permanentemente en nuestro cielo.
Los niños no suelen comprender la luna hasta que lleguen a la escuela primaria. Piensan que distintas lunas tienen distintas formas, o que la mitad de la luna realmente se va del cielo. Más adelante, se dan cuenta de que tenemos una sola luna, completa, que nunca cambia ni se va. Incluso cuando solo vemos una partecita de la luna, sigue estando completa.
No siempre podemos ver a Dios actuando en nuestra vida. A veces, vemos una pista de su amor; a veces, parece desaparecer. A veces, el Dios que obró maravillas increíbles en Israel parece ser un Dios diferente del que conocemos hoy. Pero tenemos un solo Dios, y nuestro Dios no cambia ni nos deja. Él dijo: “Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin… el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso” (Apoc. 1:8). Pablo escribió: “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Heb. 13:8).
Así como la luna siempre está cerca de la Tierra, aunque veamos una media luna o una luna llena, ya sea creciente o menguante, Dios nunca nos dejará y nunca cambia. Siempre será el constante en nuestra vida, aun cuando todo lo demás cambia. Me gusta pensar que Dios colgó la luna en el cielo para recordarnos que, ya sea que lo veamos o no, él siempre estará cerca.