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EL TIOVIVO DE CABALLITOS

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Nada tiene sentido –dice el Maestro–, ¡ningún sentido en absoluto! (Eclesiastés 1:2, NTV).

No temas, princesa mía. ¡Yo te salvaré! 

 

El príncipe azul se montó a su caballo blanco y comenzó a galopar: pasó el roble, pasó la fuente, pasó la cerca, pasó la multitud de transeúntes, pasó la taquilla, pasó el roble, pasó la fuente, pasó la cerca, pasó la multitud de transeúntes, pasó la taquilla… 

 

Por eso el príncipe azul no cabalga sobre un caballo de tiovivo (carrusel) en ninguno de los cuentos que he leído. ¡Ellos no van a ningún lado! Los caballos de tiovivo dan vueltas en círculo todo el día, nunca avanzan en ninguna dirección. Para salvar a la muchacha, el príncipe azul tiene que apurarse. 

 

A veces nos sentimos como atrapados en un tiovivo. Vemos a las mismas personas cada mañana, nos sentamos en las mismas clases cada tarde, leemos los mismos versículos bíblicos cada sábado, ¡y parece que nunca avanzamos! Salomón compartió este sentimiento cuando escribió Eclesiastés. El libro comienza diciendo: “Nada tiene sentido –dice el Maestro–, ¡ningún sentido en absoluto!” (Ecl. 1:2, NTV). Y continúa describiendo la futilidad de una vida en la que no hay nada nuevo. La única forma de romper este ciclo sin sentido es darle las riendas a Dios y pedirle que nos dé un propósito. Quizá no nos dé el propósito que esperábamos o queríamos, pero siempre le dará una dirección a nuestra vida: “Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Efe. 2:10). Dios no quiere que demos vueltas y vueltas sin avanzar; él quiere guiarnos por un camino que nos lleva directamente a las puertas del cielo.

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