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Nunca tuve un trabajo que no me gustara. Me encanta enseñar; disfrutaba de corregir redacciones en la universidad; me divertía hacer mandados para la Facultad de Religión; no podía esperar el momento de ayudar a mi profesora de Lenguaje cada día; y me gustaba especialmente mi trabajo en la iglesia metodista de mi ciudad.
Cada domingo de mañana, desde que empecé la secundaria, me despertaba temprano y me dirigía a la Iglesia Metodista, donde ayudaba a la Señora Sherry en la guardería. Podía mecer a los bebés, jugar con los juguetes, conversar con los niñitos y comer galletitas. Nada podría haber mejorado la experiencia. Cuando no había bebés, la Señora Sherry y yo nos sentábamos en las cómodas sillas y conversábamos hasta que llegaba un adulto con un niño.
Una de las tareas que la Señora Sherry siempre me dejaba hacer era decorar las ventanas. Cada mes, nuestro jefe compraba un nuevo juego de calcomanías de silicón, y me daba la oportunidad de quitar las viejas y ubicar las nuevas. Me tomaba muy en serio el trabajo, y a menudo pasaba entre 5 y 10 minutos asegurándome de que las nuevas calcomanías estuvieran ubicadas de la mejor forma posible en las anchas ventanas.
Las calcomanías de silicón suelen adornar guarderías, aulas y casas porque son tan fáciles de colocar. No requieren clavos, ganchos ni cinta. Simplemente, se adhieren a la ventana donde se las apoya. Pero las calcomanías no se adhieren a cualquier superficie; solo a superficies sólidas y lisas, como el vidrio. Por eso, se las suele poner sobre ventanas.
Nosotros, como calcomanías de silicón, debemos aferrarnos a la verdad. Pablo escribió: “Aborrezcan el mal, sigan el bien” (Rom. 12:9). Debemos soltar las influencias degradantes y negativas y, en cambio, aferrarnos a la bondad y a la gracia de Dios.