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Mi novio y yo habíamos llegado al parque acuático más temprano, y yo estaba ansiosa por disfrutar la experiencia de nadar con un cardumen real de peces. Mientras saludábamos a las mantarrayas y mirábamos pececitos muy de cerca, me acostumbraba al silencio submarino y a los colores fascinantes. Entonces… ¡vi al tiburón! Dustin ya me había advertido que debajo del tanque de los peces había una piscina de tiburones, pero la pared de vidrio parecía invisible en el agua. Yo dejé escapar un chillido y coloqué las dos manos en el vidrio para asegurarme de que estaba allí. El tiburón merodeaba a muy pocos metros. Dustin, que estaba sobre la superficie, estiró el brazo y me tocó el hombro para que le prestara atención. Levanté la cabeza sobre el agua y me quité el tubo.
–¿Olivia? Cuando gritas a través del esnórquel, el sonido sale por el tubo y todos pueden escucharte. Yo miré la boquilla.
–Pero no estaba gritando.
–Lo sé, pero sobre el agua, todo se oye mucho más fuerte. Para mí no hay problema, pero pensé que querrías saber que todos te pueden escuchar.
Miré todos los rostros que habían girado en mi dirección y los dos comenzamos a reír. ¡Mis sutiles “chillidos” se habían oído mucho más de lo que había anticipado!
Si cada sonido que hago se amplificara, pensaría bastante más las palabras que pronuncio. No todas las palabras que digo necesitan ser oídas por las masas.
Desafortunadamente, muchas personas hablan primero y piensan después. Haz la prueba: siéntate en el comedor de la escuela y escucha las conversaciones a tu alrededor. Algunos estudiantes se pasan todo el almuerzo hablando de personajes ficticios de la televisión, sus dramas y sus relaciones ficticias. Otros susurran críticas sobre otros compañeros o se quejan sobre los profesores. Pero así como mi esnórquel hizo que los chillidos se escucharan sobre el agua, donde todos podían oírlos, nuestras palabras se elevan a Dios, y él escucha cada una. Salomón dijo: “Manzana de oro con figuras de plata es la palabra dicha como conviene” (Prov. 25:11). Dios nos dio la habilidad de pensar con inteligencia y hablar con bondad.
Le encanta escucharnos, usar esos dones para glorificarlo por medio de nuestras palabras. Acepta hoy el desafío de solamente decir palabras que hagan sonreír a Dios.