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¿Cuánto recuerdas de tu clase de matemática de primer grado? Quizá jugabas con bloques numerados y con porciones de pizza de cartón. Quizá contabas frijoles o hablaban de la fecha del calendario. Pero sobre todo, seguramente aprendiste una habilidad especialmente importante en la clase de matemática: a leer la hora.
Yo no nací con la habilidad de leer un reloj; nadie nació sabiendo. Nuestros profesores tuvieron que darnos páginas y páginas de práctica para que aprendiéramos bien esa habilidad. Recuerdo tener que completar los círculos con líneas largas y cortas para indicar la cantidad correcta de minutos y horas en las caritas de los relojes. Pero ahora, cuando miro un reloj, sé qué hora es. Dependo de mi habilidad de leer la hora para ser puntual y para saber cuándo puedo irme a casa al final del día laboral. Cada página de práctica valió la pena porque ahora puedo determinar la hora con eficacia, y planificar mi día de acuerdo con ella.
Así como necesitamos aprender la habilidad de leer relojes, también necesitamos aprender cómo estudiar la Palabra de Dios con eficacia, a fin de entender sus mensajes. El Espíritu Santo actúa como nuestro Maestro y nos muestra cómo descubrir la voluntad de Dios para nuestra vida a través de la Biblia. David oró y pidió a Dios que abriera sus ojos para ver la ley en toda su maravilla (Sal. 119:18), y nosotros podemos hacer lo mismo. “Toda la Escritura es inspirada por Dios” (2 Ti-m. 3:16), y él es quien puede mostrarnos las verdades que necesitamos en la vida. Antes de abrir la Biblia hoy, pide a Dios que te enseñe cómo leer su Palabra y que te ayude a entender la sabiduría que tiene para tu vida.