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Durante mi segundo año en la universidad, Paige, Dustin y yo comenzamos una tradición que llamamos caída de piedras. Los viernes de tarde caminábamos por el sendero hacia Collegedale Academy hasta que llegábamos a un puente. Un caño de desagüe largo y ancho llevaba agua de un lado del camino al otro por debajo del camino, y formaba una pequeña cascada de unos diez centímetros de alto. El objetivo era tirar piedras al arroyo tan cerca del lugar de la caída como fuera posible. El ganador era quien tiraba la piedra más cerca del borde sin que cayera por la cascada en miniatura. Este pasatiempo nos entretuvo durante varios semestres, y luego comenzamos a caminar a través del caño.
Los caños de desagüe llevan agua por debajo de la tierra y luego la dejan correr de nuevo en un arroyo o río. De manera similar, la muerte nos lleva a la tumba, pero no nos deja allí para siempre. Dios prometió que nos despertará del otro lado de la eternidad. Cuando nos despertemos de nuestro sueño, Dios nos elevará para que nos encontremos con él en las nubes, y tendremos vida eterna con él. No necesitamos temer a la muerte, sino que podemos decir, como Pablo: “¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?” (1 Cor. 15:55). La muerte dura un instante, pero la vida con Jesús durará para siempre.