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Cada vez que falta poco para el inicio de un nuevo año lectivo, espero con ansias la multitud de útiles escolares que desbordan de pasillos y carros de compras en los supermercados. Compro más de lo que necesito y busco repuestos para cosas que todavía tengo. El papel es especialmente tentador. Cuando veo un paquete de hojas de repuesto para carpeta, veo las posibilidades: una novela, un cuaderno, una colección de poemas, un devocional. Tal vez, algunos solo pueden imaginar apuntes de clase y tareas escolares; pero una hoja de papel en blanco sigue teniendo un solo propósito: ser llenada.
Imagina la emoción de Dios al visualizar sus planes para nuestra vida. Innumerables personas se han vaciado a sí mismas de sus propios deseos y han permitido que Dios llene el vacío con sus propósitos. Durante su tiempo sobre la Tierra, Jesús eligió seguidores dispuestos a dejar ir su propia forma de vida. Jesús encontró a Andrés y a Simón sobre el lago, esperando que se llenaran sus redes. La pesca les daba a esos hombres una profesión y un sustento, y sus familias dependían de lo que pescaban. Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, también dependían del estilo de vida de la pesca, pero Jesús les dijo: “Vengan en pos de mí, y los haré pescadores de hombres” (Mat. 4:19). Mateo estaba empleado por los romanos y ganaba su sustento recolectando impuestos, pero Jesús le dijo: “Sígueme” (Mat. 9:9). Los apóstoles dejaron todo para tener disponibilidad para el llamado de su Maestro.
A Dios le encanta vernos esperar que se cumplan sus planes. Tiene planes de paz y de esperanza; pero debemos estar disponibles. Entonces, así como una hoja de papel en blanco le ofrece un sinfín de posibilidades al escritor, un corazón dispuesto le dará a Dios una página excelente donde escribir su historia.