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Corrí por el pasillo de toalleras, decidida a alcanzar al hombre con el carrito. Si tan solo pudiera ver qué accesorios había elegido para el baño, mi promedio de calificaciones estaría a salvo. Desafortunadamente, el hombre había pasado a la sección de iluminación sin comprometerse con una toallera ni con una jabonera.
¿Cómo podía escribir un ensayo completo sobre esta tienda de artículos para el hogar si no podía atestiguar una sola compra?
Pronto me di cuenta de que la sección de pintura es mucho más fascinante que la de baño. Madres con hijos, hombres con equipos de trabajo, y de vez en cuando alguna anciana llegan a la tienda con visiones de durazno o cobalto. Pero no pueden encontrar su color de pintura soñado en los estantes. Las latas de pintura solo contienen pintura blanca, básica. Para llevarse a casa el tono perfecto, las personas llevan las latas de pintura al mostrador, donde un profesional agrega la cantidad exacta de amarillo, azul y una gotita de rojo antes de poner la lata de pintura en el tambor que la agita hasta que el color deseado brilla en su interior.
Juan escribió la historia de un hombre que nunca había visto colores en su vida; había nacido ciego. Nunca había visto el tono sonrosado de una sandía fresca ni la coloración alegre de un diente de león. Pero Jesús escupió en el suelo, convirtió el polvo en barro y lo usó para untar los ojos del hombre. Cuando el ciego se limpió los ojos con agua, ¡ya no era ciego! Jesús había agregado color a su vida (Juan 9).
Puede que a ti no te cueste ver los colores físicos, como al ciego del libro de Juan. Pero como nos recuerda el himno “Sublime gracia”, todos estábamos perdidos y fuimos encontrados. Todos éramos ciegos y ahora podemos ver. Cuando acudimos a Jesús perdidos y confundidos, con nuestra vida gris y monótona, él le da el brillo que le faltaba. Sí, el cambio puede sentirse incómodo al principio. Pero así como la pintura no se queda en el tambor agitador para siempre, y el barro no permaneció sobre los ojos del ciego durante toda la eternidad, nuestros momentos difíciles también pasarán. Cuando entendemos la gracia salvadora de Jesús, todo se ve más brillante. Él se lleva nuestra vida apagada y sombría, y la transforma en una vida de colores, como los del arcoíris.