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EL SUAVIZANTE PARA ROPA

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Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros (1 Juan 1:8).

El fregadero de la cocina brillaba. Pilas de platos perfectamente alineados brillaban en los estantes. ¡Mi hermana había limpiado el departamento mientras yo no estaba! 

–¡Esto es magnífico, Michelle! ¡Muchas gracias! 

 

Michelle me dio una media sonrisa. En el baño había una montaña de ropa sucia que me llamó la atención. 

–La iba a lavar –me aseguró–, pero no encontré el detergente para lavar la ropa. 

–Ah, está en el armario. 

–Bueno… encontré el suavizante (“Suavitel”) para ropa. 

 

¿Suavizante? No recordaba haber comprado suavizante. Solo tenía una botella de detergente, y la había estado usando durante meses. 

–La botella que está en la canasta, con las hojas de secadora. Michelle asintió con remordimiento. 

–Eso no es detergente, Olivia. Es suavizante. 

 

Una rápida revisión del armario confirmó mi peor miedo. Durante los últimos diez meses había estado “lavando” mi ropa sin agentes limpiadores. Mi ropa había pasado por un enjuague en su propia suciedad. ¡Había estado enseñando todo el año usando ropa suave pero sucia! Muchos de mis alumnos leerán esto y retrocederán con asco. Piensan que estoy limpia y uso ropa lavada cada día. El suavizante tiene un rico aroma, así que ningún olor me delató. No hubo arrugas que insinuaran que mi ropa había sido portadora de una granja de gérmenes durante los últimos meses. Durante todo ese tiempo me había visto bien y había olido bien (espero). ¡Pero esta situación no estaba nada bien! 

 

Las personas con vidas aparentemente perfectas suelen tener mayores problemas que con la ropa sucia. Puede parecer que tienen todo bajo control, pero no siempre vemos la imagen completa. Conozco muchas personas que no son cristianos, que tienen hogares elegantes, relaciones de larga duración y profesiones exitosas; pero el éxito mundanal actúa como el suavizante para la ropa. Puede enmascarar problemas y dolor, pero solo Dios puede limpiar el corazón de una persona, sanarlo y hacerlo puro. Solo Dios puede darle verdadero gozo a alguien. 

 

Sí, todos tenemos la suciedad del pecado en nuestra vida, pero no necesitamos cubrirla. En cambio, pide a Dios que se la lleve: “Lávame, y seré más blanco que la nieve” (Sal. 51:7).

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