|
Mi mamá y yo mirábamos los cuatro pastelillos en miniatura ubicados entre ella y yo. Cada uno tenía un número encima: 1, 2, 3 y 4. Todavía faltaban varios meses para mi boda, pero queríamos saborear las opciones posibles lo antes posible.
Sin saber bien qué debíamos hacer a continuación, mi mamá le sacó una foto al plato de pruebas, y yo tomé un tenedor. Probé un pedacito del primer pastel. Tenía un sabor delicioso. No había imaginado que me iba a gustar tanto el primer pastel, pero incluso después de probar los demás, supe que había encontrado el que más me gustaba. Le mostramos a la pastelera nuestra imagen de inspiración y hablamos sobre la logística. En pocos minutos, habíamos dejado atrás una de las decisiones más grandes a la hora de preparar la boda.
Solo quedaba un problema: No me había gustado ni una de las bases para pasteles de la pastelería. Sabía que quería una base. Quería que todos los invitados vieran el hermoso pastel que acababa de reservar. Quería mostrarla como uno de los puntos focales de la recepción. Para resolver el problema, envié a mi abuelo a una misión: encontrar un árbol de 45 centímetros de diámetro y cortarlo. Así podía tener la base para torta de 15 por 45 centímetros que yo quería.
Una torta se pone en alto en una recepción de bodas por su elegancia y grandeza.
Dios se pone en alto por su majestad y su poder. Si creemos que Dios es el Ser más glorioso del universo, lo exaltaremos en nuestras conversaciones y por nuestra conducta. Querremos que todos lo vean y lo aprecien como nosotros lo hacemos.