|
A mi abuela y a mis tías les encanta visitar los pueblos amish en su tiempo libre.
Ellas son bordadoras de edredones, así que disfrutan especialmente las numerosas tiendas de telas y de edredones que hay en los pueblos más turísticos. Edredones gigantes cuelgan del techo, y como los amish creen que deben cometer un error en cada edredón (para demostrar que solo Dios es perfecto), a veces nos quedamos mirándolos durante largos minutos, buscando el error plantado. Yo soy la orgullosa dueña de una máquina de coser, así que el bordado a mano de esas obras de arte me asombra muchísimo. No solo confeccionan los edredones a mano, sino que lo hacen con intrincados patrones y diseños de costura. Si intentara yo hacer lo mismo, lo más probable es que me pincharía los dedos con la aguja hasta que sangren.
Afortunadamente, los amish usan dedales para protegerse los dedos mientras cosen y bordan. Esas tapas de metal protegen los dedos de quien los usa de las punzadas de la aguja; pero permiten, al mismo tiempo, que puedan trabajar con telas delicadas. Estas personas creativas y talentosas podrían negarse a bordar para salvarse los dedos, así como yo he hecho. Pero en lugar de eso, buscan los dedales y se ponen a trabajar, creando edredones bellísimos para que otros disfruten.
Un dedal nos puede proteger los dedos, pero Dios tiene una armadura más grande todavía para protegernos de los dardos del enemigo. Pablo detalló cada pieza de la armadura que necesitamos: “Estén, pues, firmes, ceñida su cintura con la verdad, vestidos con la coraza de justicia, calzados los pies con la prontitud para dar el evangelio de paz. Sobre todo, tomen el escudo de la fe, con que puedan apagar todos los dardos encendidos del maligno. Tomen el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios” (Efe. 6:14-17). Con el cinturón de la verdad, la coraza de justicia, las sandalias de paz, el escudo de la fe, el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu, no necesitamos esperar en la banca, temerosos.
Podemos avanzar en honor a Dios en sus misiones. Podemos hacer grandes obras para él sin preocuparnos por los ataques del enemigo. Así como un dedal nos protege de las punzadas de una aguja, la armadura de Dios nos protege contra el desánimo y las tentaciones. Si luchas contra cualquiera de ellos, pídele a Dios su armadura hoy.