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El Internet está plagado de tutoriales de cabello y de maquillaje, y Pinterest se adueña de la población femenina. Cada día veo nuevos consejos para lograr un rostro “natural”. Una tarde, mirando esas sugerencias, encontré una que me pareció un poquito incómoda: “Aplica tu maquillaje bajo luz natural”. Me niego a colgar un espejo en el árbol más cercano y llevar mis brochas de maquillaje a la intemperie. Prefiero el mostrador del baño, aunque tenga que usar focos de iluminación artificial.
Pero la razón detrás de este consejo es que las luces fluorescentes le quitan color al rostro y resaltan las imperfecciones. Las chicas que se maquillan con este tipo de luz se aplican demasiada base y pueden terminar pareciéndose a calabazas si no tienen cuidado. Las luces fluorescentes hacen que la gente se sienta fea y que compensen con demasiadas cremas, polvos y brillos.
El diablo puede actuar como una luz fluorescente. Dista mucho de ser una luz verdadera, y quiere que las personas se sientan feas, indignas y no merecedoras del amor de Dios. Quiere que olvidemos que Dios nos creó bellos, a su propia imagen perfecta. Debemos recordar que Dios nos llama su obra, sus hijos: “¡Miren qué gran amor nos ha prodigado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios!” (1 Juan 3:1).
Cuando las luces falsas te señalen tus defectos y te digan que no eres suficientemente bueno para que Dios te ame, recuerda que Dios te creó a su imagen y que te amará por siempre.