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Me senté con incomodidad en el banco del piano y escuché el crujido del apósito en mi abdomen. Unas semanas antes me habían operado de emergencia a causa de una apendicitis, pero luego de estar una semana en el hospital y dos semanas en cama en mi casa, ahora estaba sentada al frente de la iglesia, esperando para tocar el piano para la boda de mi prima.
Cuando llegué a la habitación esa noche, en el tercer piso, me caí en la cama exhausta y dolorida. Pero cuando me quité el apósito de la incisión para ver cómo estaba, ¡la herida había comenzado a cerrarse! El tono rojo brillante ya estaba más opaco, y la piel que rodeaba la incisión estaba intacta. Sí, todavía sentía dolor todos los días, pero podía ver que la herida estaba comenzando a sanar.
Sin embargo, sin el apósito mi situación hubiera sido muy distinta. Como el médico no cosió la incisión después de la cirugía, cuando me dieron el alta en el hospital me fui a casa con una incisión abierta del tamaño de una almendra en el abdomen. El apósito evitaba que cualquier microbio se introdujera a mi cuerpo por ese lugar, y me salvó de muchas infecciones asquerosas. El apósito no podía eliminar el dolor, pero sí propició mi proceso de sanación.
Así como usamos apósitos para evitar que entren microbios en nuestras heridas, debemos perdonar para evitar que la amargura entre en nuestro corazón. Pablo dijo en el libro de Efesios que debemos mantenernos alejados de la “amargura, enojo, ira, gritos, maledicencia, y de toda malicia” (Efe. 4:31). Cuando alguien nos lastima, naturalmente nos sentimos amargados y enojados. Pero Pablo dijo: “De la manera que Cristo los perdonó, así también perdónense mutuamente ustedes” (Col. 3:13). El perdón mantendrá alejada la negatividad que infectaría tus heridas.
Sí, puede que sigas sintiendo dolor, pero el perdón acelerará el proceso de sanación y evitará que tu vida se convierta en un caos amargado y enojado.