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Los alumnos pasaban lentamente frente al centro estudiantil, camino a sus clases matutinas.
–¡Compra una taza de té caliente! Hoy es un día frío y nublado, igual que en Inglaterra. En Inglaterra, las personas toman té. ¡Tú también deberías tomar té!
El club de Literatura había decidido vender té para recaudar fondos, y de alguna forma me había ofrecido como voluntaria para estar en el puesto de té mientras otro estudiante de Literatura lo publicitaba a viva voz a los alumnos que pasaban.
–¡Está calentito! ¡Está delicioso! ¡Está barato! Usted, caballero. ¿Quiere una taza de té?
Para nuestra sorpresa, el caballero quiso, y lo observé colocar una bolsita de té en su taza de agua caliente. El proceso me intrigó, ya que nunca antes había tomado té. Esa bolsita feíta color café tenía un gran potencial de sabor, pero solo sumergirla en el agua podía producir la deliciosa bebida.
Solo el Espíritu Santo puede desatar el potencial escondido que tiene nuestra vida triste y sucia. Esta transformación está simbolizada por las aguas del bautismo. Antes de que Jesús comenzara su ministerio terrenal, nos dejó un ejemplo: fue a Juan para que lo bautizara. Incluso Jesús, quien no había pecado, quería que el Espíritu Santo entrara a su vida y lo guiara mejor en su ministerio terrenal. “Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios, que descendía como paloma, y venía sobre él” (Mat. 3:16). Desde ese momento, Jesús comenzó a realizar milagros y a predicar a las multitudes.
Luego de la resurrección de Jesús, sus discípulos continuaron alentando a los nuevos creyentes a bautizarse y recibir la presencia del Espíritu Santo. Miles de creyentes fueron bautizados y llenos del poder de Dios. Si todavía no te has bautizado, quizá hoy es el día perfecto para hablar con un pastor sobre esa inmersión en el agua. El Espíritu Santo es el único que puede transformarte para que llegues a tu máximo potencial.