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UN GRANO DE ARROZ

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¡Cuán bueno y cuán agradable es que los hermanos convivan en armonía! (Salmo 133:1, NVI).

Subí corriendo las escaleras de mi departamento y comencé a buscar frenéticamente mi teléfono celular. Desafortunadamente, lo encontré rápido: por las vibraciones había caído del mostrador del baño al lavamanos y había tapado el desagüe. Las gotas de agua que caían de la canilla habían formado un gran charco que cubría el teléfono suicida. El teléfono no revivía. Intenté desarmarlo y volverlo a armar, pero sus luces simplemente parpadeaban y se atenuaban. 

 

Lo bueno es que a mis amigos ya se les habían caído celulares en inodoros y otros cuerpos de agua, así que había escuchado sobre el arroz y sus cualidades milagrosas. Desarmé el teléfono con cuidado otra vez y lo puse en un plato hondo con un grano de arroz. ¡Es broma! Eso sería muy tonto. Cubrí el teléfono por completo con muchísimos granos de arroz hasta que escondieron el teléfono tanto como el agua lo había cubierto. 

 

Un grano de arroz nunca podría resolver los problemas de mi teléfono por sí solo, pero cientos de granos juntos reavivaron mi celular. Al día siguiente, conversé con mis padres y les escribí a mis amigos como si nada hubiera sucedido. 

 

Cada uno de nosotros tiene muy poco poder por sí mismo. No podemos resolver todos los problemas del mundo ni resolver sus quebrantamientos; pero si trabajamos juntos, podemos lograr grandes cosas. Esto no es fácil: hay que dejar de lado nuestras diferencias con compañeros sabelotodo, hermanos despistados, profesores desorganizados o compañeros de cuarto arrogantes. Pero cuando nos unimos, podemos construir iglesias, ayudar en la recuperación luego de los desastres naturales, alimentar huérfanos y cambiar el mundo. Dios quiere que vivamos en armonía para hacer una diferencia para él.

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