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Hasta hace cuatro minutos, mi billetera contenía 55 recibos. Desde entonces, he pasado cuatro minutos contándolos y descubrí recibos por grillos, un corte de cabello y una fotografía posada en la montaña rusa, solo por mencionar algunos. Me gustaría saber por qué todavía tengo el recibo por un par de calcetines que compré hace dos años, pero no tengo una explicación lógica. Nunca me acusaron de robo, y no tengo problemas con mis impuestos; simplemente me gusta tener pruebas sólidas de propiedad… incluso por la barra de chocolate que compré en el aeropuerto el verano pasado. Si lo compré, quiero pruebas.
Dios hizo la compra más revolucionaria. Cuando Dios nos dio la vida eterna, su regalo no fue gratuito. Pablo dice: “Ustedes fueron comprados por precio” (1 Cor. 7:23). Dios envió a su Compañero más amado, su Hijo, para pagar por nosotros. Así, cuando Jesús murió en la cruz, borró toda pregunta sobre pertenencia. Dios hasta tiene un recibo para demostrar que somos suyos. La Biblia llama a ese recibo el libro de la vida, e incluye los nombres de las personas a lo largo de la historia. Me encanta pensar que Dios tiene este libro como un recordatorio de que la compra valió la pena. Aún más, me encanta imaginarme junto a él cuando abre ese libro de la vida y declara que soy suya.
Dios no envió a su Hijo por unos pocos seres humanos especiales. De hecho, “no quiere que ninguno perezca” (2 Ped. 3:9). Dios pagó un costo increíble, y te quiere a ti, por quien pagó. Sí, puede ser hora de vaciar la billetera de los recibos viejos e insignificantes a los que nos aferramos, pero Jesús guardará para siempre un registro de cada nombre que compró con su sangre.