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Si sabes qué tienen en común los limpiaparabrisas, la papada de un conejo y los números japoneses, probablemente tuviste la misma profesora de violín que yo. Déjame explicarlo.
El método de violín Suzuki enseña a los niños a tocar el violín desde que aprenden a caminar y hablar. Pero antes de que un alumno pueda tocar el delicado instrumento, debe aprender a sostener el violín y el arco. Mi profesora había hecho rimas para ayudar a sus alumnos a practicar. Nos pedía que pusiéramos el pulgar como la papada de un conejito, y nos hacía mover los arcos como si fueran limpiaparabrisas. Nos enseñó a sostener los arcos con firmeza junto al cuerpo cuando hacíamos una reverencia y contaba hasta tres en japonés para que la aburrida inclinación fuera más exótica.
Y había una regla que ella enfatizaba por sobre todas las demás: no tocar nunca las cerdas del arco. Eso estaba prohibido. Si no hubiera conocido a la señora Poepplemeir, podía pensar que era una regla arbitraria. Pero yo la conocía, y sabía que tenía alguna razón. Si yo tocaba las cerdas del arco con los dedos, el aceite de mi piel arruinaría los pelos de caballo y no podría tocar el violín al máximo de mi potencial. La regla de no tocar existía solo porque la señora Poepplemeir sabía lo mucho que importaba.
A la gente no suele gustarle las reglas; así que el libro de Levítico le es aburrido o frustrante. Los israelitas recibieron regla tras regla de instrucciones aparentemente insignificantes. Pero si consideramos la época y la asistencia médica disponible, las reglas comienzan a tener más sentido. Dios les dijo a los israelitas que no podían tocar el cadáver de un animal cuando moría. Los israelitas no sabían mucho de ciencia, pero así como la regla de no tocar las cerdas del arco del violín, esta orden tenía sentido. Los cadáveres son portadores de muchísimas enfermedades y de distintos gérmenes. Dios quería que su pueblo tuviera la vida más saludable y larga posible; quería que vivieran a su máximo potencial.
Todas las reglas de Dios tienen un propósito. En 1 Reyes 2:3 leemos que debemos vivir “observando sus estatutos y mandamientos… para que prosperes en todo lo que hagas y en todo aquello que emprendas”. Él quiere lo mejor para nosotros. Si confías en él y en su consejo para tu vida, llegarás a tu máximo potencial.
Inténtalo, y verás cómo mejora tu vida.