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Los medios de comunicación informaron recientemente que el cuerpo momificado de una joven inca, que fue sacrificada a los dioses hace quinientos años, ha sido encontrado a seis mil metros de altura en los Andes peruanos. Junto a ella han aparecido otros dos cuerpos, así como un ajuar de cerámica y objetos religiosos.
La «princesa de hielo» , como la denomina su descubridor, el doctor Johan Reinhard, se ha mantenido a través de los siglos en un excelente estado de conservación debido a las bajas temperaturas de la zona. El cadáver se conserva en una cámara frigorífica de la Universidad de Arequipa. Se lo someterá a diversas investigaciones que proporcionarán valiosa información sobre el origen del hombre americano.
Esta práctica pagana de sacrificar a los hijos es muy antigua, y en la actualidad, aunque es ilegal, no por eso ha dejado de practicarse en algunos lugares.
La princesa de hielo momificada ha perdurado hasta el comienzo del tercer milenio, y es indudable que podrá permanecer en su cámara helada hasta la venida de Jesús. No importa qué promesas de felicidad, honra y distinción en el más allá, en el paraíso de los dioses incaicos, le hayan hecho los sacerdotes incas que le sacaron el corazón para ofrecerlo a su dios, nada de eso se cumplió. Promesas vanas que no podían cumplirse.
En cambio, Las jovencitas y los jóvenes adventistas, princesas y príncipes de la realeza de Dios, tienen asegurada la vida eterna que pasarán en compañía de su Dios, como sus hijos y sus hijas, herederos de riquezas inmarcesibles que ni siquiera es posible imaginar. «Dios hará de ustedes, como de piedras vivas, un templo espiritual, un sacerdocio santo, que por medio de Jesucristo ofrezca sacrificios espirituales, agradables a Dios» (1 Pedro 2: 5).
Y tú, ¿qué prefieres? ¿Ser una princesa o un príncipe de hielo que se queda congelado en el tiempo y el espacio, o ser una princesa o un príncipe de fuego que arde con amor por Dios y por los demás? La decisión es tuya. ¿Qué le vas a responder?