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Después de la Segunda Guerra Mundial, Francia designó a una comisión para que se encargara de devolver al país todas las estatuas que habían sido robadas por el enemigo. Esas estatuas, cientos de ellas, fueron llevadas a París y almacenadas, a la espera de ser reclamadas por sus dueños. Entre ellas había estatuas de famosos poetas, maestros, políticos, generales y filósofos.
Resultó sorprendente que veintenas de estatuas nunca fueron reclamadas. A muchas de ellas ni siquiera se las pudo identificar. Un ministro francés de relaciones exteriores comentó: «Nadie las quiere. Tal vez hace cuarenta y cincuenta años se llamó a los niñitos de las aulas para que cantaran cuando se inauguraron esas estatuas. Tal vez el prefecto dio su discurso. Ahora nadie puede recordar los nombres de esos personajes» .
Muchos años antes, Salomón había dicho: «Las cosas pasadas han caído en el olvido, y en el olvido caerán las cosas futuras entre los que vengan después» (Eclesiastés 1: 11). «¡Vana ilusión, vana ilusión! ¡Todo es vana ilusión!» (Eclesiastés 1: 2). Y el apóstol Pedro comparó la fama y la gloria terrenales a la flor de la hierba que se seca y cae.
Pero no todas las cosas florecen momentáneamente. «La palabra del Señor permanece para siempre» . En tiempos pasados, la Palabra de Dios ha sufrido recios ataques, y ha sobrevivido. Las naciones se han elevado al pináculo de la gloria, y luego se han hundido; los hombres han sido exaltados y luego olvidados; pero la Palabra de Dios tiene hoy más vitalidad, y es más gloriosa que nunca.
Hoy en día tenemos más acceso a las Escrituras que en cualquier periodo previo de la historia, además de comentarios, devocionales como este, aplicaciones que facilitan su estudio y numerosos sermones a la distancia de un clic.
¿No quieres unirte a lo que perdurará? ¿A lo que nunca llegará a ser una «vana ilusión» ? Entonces estudia y obedece cada día la Palabra de Dios. Puedes obtener la inmortalidad por medio de la salvación que es en Cristo Jesús.