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La historia está llena de ejemplos de personas que lograron grandes cosas gracias a su esfuerzo y su dedicación. El historiador inglés Edward Gibbon (1737-1794) trabajó veinte años en su obra Caída y fin del imperio Romano. Noah Webster (1758-1843) empleó treinta y seis años en el famoso diccionario en inglés que lleva su nombre. George Bancroft (1800-1891) dedicó veintiséis años a escribir su Historia de los Estados Unidos.
El célebre pintor italiano Tiziano (1490-1576) escribió lo siguiente al rey Carlos 1 de España: «Envío a vuestra Majestad el cuadro de la Última Cena, después de trabajar en él casi diariamente durante siete años» . El escritor inglés Sydney Smith (1771-1845) dijo: «La vida de todo hombre verdaderamente grande ha sido una vida de trabajo intenso e incesante» .
Pero el esfuerzo y la dedicación no son cualidades que solo poseen los grandes personajes, también se evidencian en millones de personas anónimas que han contribuido al bienestar de la humanidad con su labor cotidiana. Personas que han sabido poner sus talentos al servicio de los demás y han buscado la excelencia en todo lo que hacen. Del mismo modo, como jóvenes cristianos, tenemos el deber y el privilegio de trabajar con amor y alegría, siguiendo el ejemplo de Jesús, «que anduvo haciendo bien» (Hechos 10: 38). Tenemos la misión de transformar el mundo con nuestro trabajo, haciendo presente el reino de Dios en la tierra.
Esto significa que no podemos conformarnos con un trabajo mediocre o rutinario. No podemos dejar que el desánimo o la pereza nos impidan dar lo mejor de nosotros mismos, pues nuestro trabajo tiene un sentido trascendente, que va más allá del beneficio material o del reconocimiento del ser humano. Pablo aconseja: «Todo lo que hagan, háganlo de buena gana, como si estuvieran sirviendo al Señor y no a los hombres» (Colosenses 3: 23). Y tú, ¿ves tu trabajo como una carga o como una oportunidad? ¿Lo haces por obligación o por convicción? ¿Lo realizas como si fuera para los hombres o para Dios?
Independientemente de a qué te dediques, descubre el valor y la belleza de tu trabajo. Realízalo con gratitud y fidelidad, como para el Señor, sabiendo que él bendice la obra de tus manos.