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Hace unos años, un barco naufragó en la costa de Irlanda. Dado que el capitán y su tripulación gozaban de fama como hábiles marinos, las autoridades navales se encontraban desconcertadas en cuanto a la causa del accidente. El naufragio fue considerado de tal importancia que finalmente se decidió enviar a un buzo para llevar a cabo una investigación.
Aunque el buzo no encontró nada inusual en el barco, decidió llevar consigo una brújula para analizarla más tarde. Fue entonces cuando se resolvió el misterio del naufragio: un pequeño trozo de acero se había alojado en una hendidura cercana a la aguja de la brújula. Al investigar, se descubrió que el día anterior al naufragio se había ordenado a un marinero que la limpiara, y en el proceso había quebrado la punta de su cuchillo. Este pedacito de acero desvió la aguja lo suficiente como para dar información incorrecta. Cuando el barco entró en un canal complicado que conducía al puerto, chocó con una roca y se hundió.
El pecado albergado en el alma puede compararse con ese pedacito de acero. El naufragio espiritual no siempre es causado por grandes pecados, ya que incluso los pequeños, si no se vencen, pueden ser igualmente mortales. Las zorras pequeñas pueden dañar la viña del alma con tanta eficacia como las grandes.
Los pecados albergados en el alma no son los que nos sorprenden por no habernos dado cuenta de su existencia. Son los que conocemos muy bien, pero que tendemos a no darles importancia, porque nos gustan. Se nos advierte en cuanto a esos pecados: «Puede que haya hombres que tengan excelentes dones, mucha capacidad, espléndidas cualidades; pero un defecto, un solo pecado albergado, ocasionará al carácter, lo que al barco una tabla carcomida: un completo desastre y una ruina absoluta» (Testimonios para la iglesia, t. 4, p. 93).
¿Qué zorras pequeñas has identificado en tu vida? ¿Cómo puedes vencerlas con la ayuda de Dios? No dejes que las zorras pequeñas te alejen de tu destino eterno. Recuerda que Dios te ama y quiere lo mejor para ti.