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LAS PALABRAS NO SE PUEDEN RECOGER

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«No digan malas palabras, sino solo palabras buenas que edifiquen la comunidad y traigan beneficios a quienes las escuchen» (Efesios 4: 29).

La historia de la cerámica o la alfarería se pierde en las nieblas de la antigüedad. Nadie sabe quién fue el primero que sometió a los efectos del fuego el primer trozo de arcilla modelada, ni quién fabricó la primera rueda de alfarero. Sin embargo, sabemos que todas las culturas y épocas han producido su propia cerámica con características distintivas. En el siglo XVIII, Josías Wedgwood, un ceramista inglés, produjo algunos de los objetos de cerámica más hermosos jamás fabricados por el ser humano.

 

Un día un aristócrata lo visitó en su fábrica en Burslem y Wedgwood lo guio para que conociera el lugar. Durante la visita, el noble contó un chiste obsceno a uno de los jóvenes trabajadores, pensando que nadie más lo escucharía. Pero Wedgwood lo escuchó. Al final de la visita, Wedgwood mostró al aristócrata una hermosa vasija, sosteniéndola como si se la estuviera ofreciendo como regalo, pero en lugar de entregársela, la dejó caer deliberadamente al suelo, y la vasija se quebró.

 

El aristócrata quedó impresionado por la destrucción intencional de la hermosa vasija y le preguntó a Wedgwood por qué lo había hecho. Él respondió: «Ese joven al que se dirigió de manera tan inapropiada se asemeja a esta vasija rota. Gracias a sus palabras descuidadas, puede haber dañado su carácter de forma irreparable» .

 

Así como Wedgwood cuidaba sus vasijas de cerámica, nosotros debemos cuidar a nuestros hermanos y hermanas con nuestras palabras. No queremos ser como el que rompe una vasija y luego se arrepiente, sino como el que la moldea con amor y la hace más bella. Las palabras que pronuncias pueden permanecer en la memoria por mucho tiempo. Dios conserva un registro fiel de tus palabras. Jesús lo afirmó de esta manera: «Y yo les digo que en el día del juicio todos tendrán que dar cuenta de cualquier palabra inútil que hayan pronunciado» (Mateo 12: 36).

 

Que el Señor te ayude a usar tus palabras para su gloria y para el bien de los demás. Que este día y siempre seas un ejemplo para los demás con tu forma de hablar y de vivir.

 

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