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Se cuenta que un reloj había desarrollado el mal hábito de afligirse. Un día, comenzó a reflexionar en todo el trabajo que le esperaba para el próximo año. «Si marco cada segundo con dos golpes —calculó—, significa que lo hago 120 veces por minuto. En el transcurso de una hora, debo golpear 7,200 veces, y durante las 24 horas del día, 172,800 veces. En un año, eso suma 63 millones de golpes, y en diez años, 630 millones» .
En este punto, al contemplar la enorme cantidad de trabajo que debía realizar, el reloj desfalleció de angustia y agotamiento nervioso. Afortunadamente, cambió de actitud y consideró el problema desde otra perspectiva. Comprendió que, aunque no tenía las fuerzas para hacer el trabajo de diez años de una sola vez, podía marcar un segundo con dos golpes. Así lo hizo y marchó bien durante 25 años.
No debemos angustiarnos por el futuro, sino confiar en Dios y hacer lo mejor que podamos en el presente. Muchas veces nos preocupamos por cosas que no están bajo nuestro control, o que quizás nunca sucedan. Esto nos roba la paz y la alegría, y nos impide disfrutar de las bendiciones que Dios nos da cada día. La Biblia nos aconseja: «No se aflijan por nada, sino preséntenselo todo a Dios en oración; pídanle, y denle gracias también. Así Dios les dará su paz, que es más grande de lo que el hombre puede entender; y esta paz cuidará sus corazones y sus pensamientos por medio de Cristo Jesús» (Filipenses 4: 6-7).
Alguien podría argumentar que es imposible no preocuparse por el futuro, especialmente cuando hay tantos problemas y dificultades en el mundo. Sin embargo, la Biblia no nos dice que ignoremos el futuro, sino que lo pongamos en manos de Dios, que es soberano y fiel. Él tiene planes buenos para nosotros (ver Jeremías 29: 11) y nos da la esperanza de una vida eterna a su lado.
No te aflijas por el día de mañana; en cambio, vive cada día con gratitud y confianza en Dios. Él te dará las fuerzas y la sabiduría que necesitas para enfrentar cualquier situación. Hoy proclama junto al apóstol: «¡Todo lo puedo en Cristo que me fortalece!» (Filipenses 4: 13, RVC).