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Hace algunos años, un pastor adventista decidió escalar una de las majestuosas pirámides cercanas a El Cairo. Después de ascender unos veinte metros, se sentó a descansar. El guía árabe que lo acompañaba se sentó a su lado y le planteó la posibilidad de llegar hasta la cúspide. El pastor contestó que ya había subido suficiente y que sería mejor que regresaran.
El guía le dijo que desde la cumbre de la pirámide se podría apreciar una hermosa vista panorámica. Con la promesa de una experiencia aún más gratificante, el pastor se levantó y decidió continuar ascendiendo. No obstante, después de un tiempo, volvió a sentirse cansado y se sentó desanimado. El guía, sentándose a su lado, le dijo que solo faltaban otros veinte metros y que las enormes piedras de alabastro que encontraría valdrían la pena todo el esfuerzo realizado.
Con esta promesa, el pastor se levantó y, con músculos doloridos y pasos vacilantes, perseveró hasta alcanzar la cima de la pirámide. Desde allí, contempló un espectáculo admirable que no se podía apreciar desde la tierra. En ese momento, reflexionó sobre cómo estuvo a punto de perder toda esa belleza durante sus momentos de descanso.
De manera similar, nos encontramos en un viaje desde la tierra hacia el cielo. A menudo, el camino es empinado y difícil de escalar. Entonces nos sentimos tentados a dejar de ascender, debido al agotamiento y a los momentos de desánimo. Sin embargo, nuestro pasaje de hoy nos exhorta: «¡Levántense! ¡Pónganse en marcha, que este no es un lugar de reposo! ¡Está contaminado, destruido sin remedio!» .
No podemos conformarnos con lo que hemos logrado hasta ahora, ni detenernos a disfrutar de las comodidades de este mundo. Debemos seguir avanzando hacia la meta de la salvación, que es Cristo Jesús. Él nos anima a perseverar con su gracia y su poder.
La Biblia nos dice: «No debemos cansarnos de hacer el bien; porque si no nos desanimamos, a su debido tiempo cosecharemos» (Gálatas 6: 9). Nuestro verdadero reposo está en el cielo, donde veremos la gloria de Dios y disfrutaremos de su presencia para siempre. Por tanto, levántate y ponte en marcha, confiando en que él te guiará y te sostendrá hasta el final.