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Encarcelados

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«Pero veo en mí algo que se opone a mi capacidad de razonar: es la ley del pecado, que está en mí y que me tiene preso» (Romanos 7:23).

IMAGINA QUE NO PUEDES MOVER NINGUNA PARTE DE TU CUERPO, aparte de los ojos. ¿Sabías que esa condición existe y que se llama «síndrome de enclaustramiento»? La enfermedad puede ser consecuencia de un derrame cerebral y deja presa a la persona que, aunque consciente, es incapaz de moverse. En estos casos, la comunicación se realiza parpadeando.

Aunque en proporciones diferentes, nosotros también estamos presos en un cuerpo de pecado. Como señaló Pablo en su Carta a los Romanos, a pesar de ser conscientes de lo que está mal, aun así, muchas veces no logramos actuar del modo correcto. Cristo es la única esperanza para liberarnos del pecado. Decidió «encarcelarse» en la forma humana para así poder rescatarnos.

Jesús no solo renunció a la paz que le brindaba el cielo, sino que además asumió la forma humana para siempre, por toda la eternidad. «Cristo ascendió (subió) al cielo con una humanidad santificada y santa. Llevó esa humanidad consigo a los atrios celestiales y la conservará a través de los siglos eternos, como Aquel que ha redimido a cada ser humano en la ciudad de Dios» (En los lugares celestiales, p. 15).

Busca la ayuda de Dios para ser libre de todo mal. Agradece porque Jesús ha vencido y no estaremos presos en un cuerpo de pecado para siempre.

¡JESÚS ME LIBERTÓ!

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