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EL 23 DE AGOSTO DE 1973, UN HOMBRE ARMADO CON UNA ametralladora y explosivos entró a un banco de Estocolmo, Suecia, exigiendo 3 millones de coronas suecas y un automóvil. El asaltante mantuvo a cuatro personas como rehenes durante seis días. Sin embargo, ocurrió algo extraño: los rehenes se encariñaron con el secuestrador e incluso dijeron a la policía que confiaban plenamente en el asaltante y que viajarían por el mundo entero con él.
El criminólogo Nils Bejerot, que ayudó a la policía en el caso, acuñó entonces el término «síndrome de Estocolmo» para referirse a lo que les ocurrió a los rehenes. Este síndrome está relacionado con el estado psicológico de la víctima, la cual comienza a sentir simpatía, e incluso cariño, por su secuestrador.
Jesús dijo que quien vive pecando es esclavo del pecado. Esto sucede porque el pecador, el cual insiste en seguir el camino del mal, decide ignorar los efectos que este le puede causar. Esta persona tiene la ilusión de que es libre y de que el pecado en realidad es algo bueno. Es como si estuviera ciego ante las terribles consecuencias que pueden azotar su vida.
Por eso, lo primero que hace Cristo es ayudarnos a percibir nuestra verdadera condición; mostrarnos que, aunque el pecado parezca algo bueno, cobra un alto precio. Pero Jesús no nos deja sin esperanza. Efesios 2: 4-5 nos dice que Dios nos amó con un amor tan grande que, aunque seguimos siendo esclavos del pecado, nos ofrece vida y salvación.
¿A qué pecados te has estado apegando? No importa cuán aprisionado estés, ¡DIOS PUEDE LIBRARTE! ¡Cree! Pide la ayuda de Dios. Solo él tiene el poder de liberarte del mal.