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¿DE QUIÉN ES LA VICTORIA?

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«Que nadie hable con orgullo, que nadie se jacte demasiado, porque el Señor es el Dios que todo lo sabe, y él pesa y juzga lo que hace el hombre» (1 Samuel 2:3).

UN PSICÓLOGO SOCIAL ANALIZÓ LA REACCIÓN DE LAS PERSONAS en un juego de mesa en el que uno de los jugadores recibía ciertas ventajas. El objetivo era observar cómo se comportaba el jugador que recibía la ayuda. Los resultados mostraron que los privilegiados empezaban a comportarse de forma arrogante con los demás jugadores y a presumir de sus estrategias y habilidades. Es posible que alguna vez hayas escuchado a algunas personas comparar la vida con un juego, ¿verdad? Muchas veces, en este juego, nos encontramos sin ninguna salida para la siguiente ronda. Entonces, el Juez nos saca de la situación con una carta extra que ni siquiera imaginábamos que existía. Lamentablemente, muchos acaban creyendo que las victorias se producen por su propio esfuerzo y olvidan que, si no fuera por el Juez, ya no estarían más en el juego.

En 1 Samuel 2: 3, leemos que ese mismo Juez evalúa nuestro orgullo y arrogancia al no reconocer que él es quien nos salva. El versículo forma parte de la oración de Ana, la madre de Samuel, en agradecimiento por el nacimiento de su hijo tan esperado.

¿Cuántas bendiciones has recibido de Dios en los últimos tiempos? ¿Le atribuyes a él tus victorias? Es muy peligroso enorgullecerse de nuestros éxitos y olvidarnos de que todo lo que tenemos proviene de Dios. Reconoce tus limitaciones y agradece a Dios por las victorias que él te ayuda a conquistar cada día.

Escribe algunas.

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