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MÍRATE LAS MANOS. ¿CÓMO CREES QUE ESTÁN, SUCIAS O LIMPIAS? ¿Probamos para ver?
Necesitarás tres rebanadas de pan de molde y tres bolsitas transparentes con buen sellado (lo ideal son las que tienen cierre hermético). Después de realizar tus actividades cotidianas, toca una de las rebanadas de pan sin haberte lavado las manos. Coloca la rebanada dentro de la bolsita y ciérrala bien. Toca otra rebanada después de lavarte las manos con agua y jabón. Guarda la rebanada en otra bolsita. La tercera rebanada debe ser retirada del paquete con la ayuda de una servilleta e introducida en otra bolsita (sin tocarla directamente con la mano). Cierra muy bien todas las bolsitas. Al cabo de 15 días, podrás observar la presencia de muchos microorganismos en la rebanada que tocaste sin lavarte las manos.
En el capítulo en el que se sitúa el versículo de hoy, los fariseos cuestionaron a Jesús porque los discípulos desobedecían la tradición de los líderes judíos y no se lavaban las manos antes de comer. La respuesta de Jesús puede parecer contradictoria; al fin y al cabo, hoy sabemos que los microorganismos pueden propagarse por el ambiente y que es un principio de salud lavarse las manos antes de comer. Sin embargo, Jesús no estaba hablando de limpieza, porque para los fariseos, el ritual del lavado de manos no era una cuestión de higiene, sino de evitar la contaminación religiosa.
A Jesús no le gustaba la falta de sinceridad de los fariseos. De nada servía lavarse las manos como un símbolo, para luego continuar con hábitos como la mentira, la inmoralidad, la calumnia y la hipocresía. ¿Estamos más preocupados por parecer puros que por ser puros realmente? Pídele a Jesús que lave tu corazón de todo pecado y busca la verdadera pureza que solamente él te puede ofrecer.