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Duquesa le encantaba el culto matutino. Lamentablemente, algunas mañanas ella era la única que lo hacía.
Cada mañana, los siete nos reuníamos en la sala de la casa para adorar a Dios. No importaba si llegábamos tarde al trabajo o a la escuela, si yo tenía que entregar una tarea importante, si mi cabello estaba rebelde o si no me gustaba lo que llevaba puesto... Teníamos que sentarnos y estar listos para el culto.
Después, papá terminaba de leer el devocional de ese día y cerraba el libro de golpe. Esa era la señal para que Duquesa, nuestra hermosa perrita pastor alemán, se levantara de un salto y esperara a que nos arrodilláramos para orar. Tras la oración, meneaba la cola de alegría hasta que el último miembro de la familia salía corriendo por la puerta principal. Cumplidas sus obligaciones matutinas, se echaba a dormir la siesta hasta que la correspondencia entraba misteriosamente por la ranura de la puerta de la casa. Entonces, se dedicaba a despedazarla.
¿Alguna vez has tenido una de esas mañanas locas en las que el despertador de tu mamá no sonó, a tu papá se le olvidó comprar la leche y tú no encuentras uno de tus zapatos? Pues bien, una de esas mañanas, en lugar de detenernos a adorar, salimos todos corriendo a la camioneta, con los libros, las chaquetas, las loncheras y las tareas apilados en los brazos. Como fui la última en salir, me volví para cerrar la puerta y vi a Duquesa en su lugar habitual junto a la silla vacía de mi papá. Ella no se había olvidado del culto matutino.
Así que todos regresamos y nos sentamos en la sala para adorar a Jesús. Y, ¿sabes algo? Aquel día disfruté de la matutina mucho más que de costumbre. Duquesa nos había recordado lo importante que es adorar a Dios.
Para ser sincera, no siempre te sentirás feliz a la hora del culto en familia. Algunos días no tendrás buen humor, tendrás prisa o te aburrirás. Pero no te rindas. Sigue leyendo historias sobre lo mucho que Dios te ama y los planes que tiene para tu vida.