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Un Oso Grande, Malo Y Furioso

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Deja el enojo, abandona el furor; no te enojes, porque eso empeora las cosas». Salmo 37: 8

En lo profundo de un bosque, un oso hambriento se topó con un árbol caído en el que las abejas habían hecho un enorme panal de miel. Como seguramente sabes, a los osos les encanta la miel, así que el oso decidió que tenía que probar el dulce néctar. También sabía que las abejas que fabricaban toda aquella miel podían causarle dolorosas picaduras, a pesar de que tenía la piel dura y mucho pelaje. Así que, antes de ir por la miel, recorrió cuidadosamente todo el árbol.

¿Estaban las abejas en casa? ¿De qué humor estaban?

Antes de que pudiera estar seguro, una abeja que llegaba de un campo de tréboles vio al oso merodeando por el árbol, ¡y le picó!

Aquello dolió. Y el oso se enfadó y se puso muy furioso. Atacó al árbol caído con los dientes y las garras. Estaba tan enfadado, que le daba igual que las abejas estuvieran o no en casa. Quería miel, y ninguna picadura de abeja iba a detenerlo. Pero en vez de llegar a la miel, ¡hizo que aquella colmena de abejas se enfadara aún más que él! Cientos de abejas salieron en enjambre. El oso intentó huir, pero las abejas volaron aún más rápido. Con su fuerte zumbido silbando alrededor de sus oídos, las abejas picaron al oso por todo el cuerpo.

El oso se olvidó por completo de la miel y corrió para salvar su vida. Solo lo salvó un pequeño estanque de agua profunda en el que se zambulló. Su rápida acción le ahorró el dolor de otras incontables picaduras.

En ocasiones, yo suelo perder los nervios. Por supuesto, en realidad no pierdo los nervios literalmente. De hecho, siguen conmigo. La verdad es que en lugar de perderse, mis nervios se quedan conmigo; aunque, cuanto más me enfado, más deseo perderlos... ¡Enfadarse nunca soluciona nada!

Si estás de mal humor, pídele ayuda a Jesús para cambiarlo. Esa es la mejor solución.

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