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Pedro era el nombre de una paloma de Nueva York que tenía un trabajo especial: llevaba mensajes a la gente. Un día su dueño pensó que no hacía muy bien su trabajo, así que lo vendió. Pedro acabó en un barco rumbo a Australia. ¡Pobre Pedro! Seguro que echaba de menos el palomar donde solía vivir. No le gustaban los ruidos extraños del gran barco. Quería volver a casa. Cuando el barco atracó en Australia y los hombres empezaron a descargar las jaulas de los pájaros, la de Pedro se rompió. Era su oportunidad, iy la aprovechó! Voló por encima del barco, voló en círculos durante unos minutos y partió en línea recta hacia América.
Por supuesto, Pedro no escribía un diario, así que no podemos saber con seguridad cómo fue su viaje. Lo que sí sabemos es que no había lugares donde parar y descansar; y que debió atravesar tormentas que le hacían el vuelo casi imposible, pero no se dio por vencido. Por fin, cuando sus alas estaban tan cansadas y doloridas que apenas podía mantenerse por encima de las olas, vio un barco a lo lejos. Finalmente, mareado y agotado, cayó sobre la cubierta de un barco. Pedro había volado más de seis mil kilómetros en solitario.
Un marinero lo recogió y cuidó de él, dándole agua y comida hasta que se recuperó. Cuando el barco llegó a California, el marinero escribió una carta en una servilleta de papel, diciendo dónde había estado el barco cuando Pedro aterrizó en la cubierta. La enrolló y la metió en un tubito atado a la pata de Pedro. Luego, soltó a la paloma.
Ocho días más tarde, Pedro se presentó en su antiguo palomar para desayunar con el mensaje aún atado a la pata. La perseverancia de Pedro había valido la pena y su dueño se quedó con este increíble animalito. A todos nos dan ganas de rendirnos a veces, pero recuerda que no estamos solos en esto. La próxima vez que te desanimes, acuérdate de este pajarito y pídele a Jesús que te ayude a seguir batiendo las alas.
Julie.