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¿Te parece a veces que a otros les va mejor que a ti, que tu hermano no tiene que fregar tantos platos como tú o que tu maestro se mete contigo? ¿Te quejas de que tus padres no te dan suficiente dinero y de que no tienes el último modelo de zapatillas de deporte?
Los hijos de Israel no paraban de quejarse. Llevaban mucho tiempo vagando por el desierto. Estaban cansados, sedientos y hambrientos. Culpaban a Dios de todos sus problemas. Querían comer algo distinto del maná que Dios les enviaba cada día. Preferían volver a su antigua vida en Egipto, donde eran esclavos. Creían que Dios no cuidaba de ellos. Así que Dios les mostró lo que ocurriría si dejaba de cuidarlos y de mantenerlos a salvo en aquel desierto.
Dios dejó que las serpientes que vivían en el desierto entraran en su campamento. ¡De repente, aparecieron serpientes por todas partes! Picaron a la gente y muchos murieron. Entonces, algunos comprendieron que estaban actuando mal y le pidieron a Dios que los perdonara. Le rogaron a Moisés que orara para que Dios se llevara las serpientes. Pero Dios hizo algo distinto.
Dios le pidió a Moisés que hiciera una serpiente de bronce y la pusiera en un asta. Si una persona era picada, podía mirar a las serpientes del suelo y morir; o, con fe, mirar a la serpiente del asta y vivir. Esta fue una lección de Dios para mostrar que él siempre abre un camino de salvación. Muchos años después, Jesús fue levantado en una cruz por nuestros pecados. Cuando «miramos» a Jesús en la cruz y pedimos perdón por nuestros pecados, él nos salva.